sábado, 5 de enero de 2008

Benteveo


No hay finales felices en la vida del mundo. Hay Otro que tal vez podría torcerlos y escribir vida sobre muerte. Pero siempre mira hacia el lado opuesto de donde estamos parados, agitando los brazos.
Lo descubrimos en el parque. Cinco horas antes de que se acabara el año. Redondo y desconcertado. Las alas insuficientes. El pecho escandalosamente amarillo y la cresta negra con cintita blanca asomando apenas. Era un benteveo. Casi una brizna.
Estaba solo en medio de un universo plagado de peligros. Piaba y su madre, desde lo alto de los pinares, le respondía con firmeza. Pero no bajaba a llevárselo. Decretamos una muerte segura. Acaso con el último suspiro del año. Esa agonía paralela nos supo a amargas señales.
Volvimos tres días después. Había pasado la vida entera, devastadora. Las bacanales del 31, los ardores estivales, la lluvia nocturna, el viento del sur. Y él estaba allí. Sobreviviente. Respondiendo al piar altivo de su madre. Algo crecido. Con las alas en pleno intento.
“Mañana le traigo carne picada”, dijo Lucy. Lucy siempre tiene una infancia a mano. La guarda en el bolsillo, dobladita y planchada, para cuando sea necesaria. Y la saca a golpes de ternura.
Al otro día Lucy llegó con carne picada y una vasija azul con agua. El benteveo había crecido más. Ya esbozaba vuelos bajitos y tenía la cabeza en alto, preparado físicamente para volar. Supimos, por esa intuición que uno pretende certeza, que su madre se las arreglaba para armar una compleja red de contención desde el pináculo. El piar comprometido, el grito ancestral del benteveo, el de la madre judía que lo controla y le avisa, todo el tiempo, ven te veo, más los bichitos desprevenidos y alguna lombriz joven lo habían mantenido de nuestro lado.
“Mañana le traigo semillas”, dijo Lucy.
El joven benteveo, ubicado estratégicamente en un acústico triángulo de acacias, escuchaba y respondía las indicaciones del clan.
“Va a vivir”, dijo Lucy, que de estas cosas sabe. Y antes de guardarse la infancia en el bolsillo blanco declaró con solemnidad: “Uno de estos días sólo vamos a encontrar un cartel escrito con soretitos que dirá ´Gracias´”.
Nos fuimos con una alegría irreverente. Esa sobrevida inescrutable era la prueba de que los negritos panzones de Mogadiscio, los chicos de Bagdad sin Scheerezade, los patasucias de Fiorito tenían una chance en la selva del mundo. Era como verlos intentar su vuelo bajito, esquivando metrallas y obuses.
Esa tardecita volví sola. No sé por qué quise contar un cuento y creérmelo y determinar con poder absoluto que ésa era la verdad.
Lo encontré desplumado y con el pico entreabierto. Desplumado y solo. Había sobrevivido cinco días en el parque sólo con la voz de su madre marcándole los ritmos de sus pulmones y su corazón. Pero el mundo le propinó su merecido. A quén se le ocurre creer en los milagros.
Ahora no sé cómo decirle a Lucy que mañana no lleve semillas al parque.
Será como decirle que tampoco los panzones de Mogadiscio, ni los de Bagdad sin Scheerezade ni los patasucias de Fiorito.
Y temo que su infancia se me ponga a llorar.

9 comentarios:

Unknown dijo...

Los profetas de la oscuridad se pasaban noches y días enteros
vigilando los pasajes y los caminos, escribió Gioconda. Buscando estos peligrosos cargamentos
que nunca lograban atrapar
porque el que no tiene ojos para soñar no ve los sueños ni de día, ni de noche.
Te juro que es como ella dice:
la semilla de estos sueños no se puede detectar
porque va envuelta en rojos corazones en amplios vestidos de maternidad
donde piesecitos soñadores alborotan los vientres
que los albergan.
Ella seguramente no pensaba en este benteveo como pieza deseada por los traficantes de utopías. Pero lo fue. Estuvo ahí. Al alcance de nuestras manos simplemente para mostrarnos una vez más cómo es de dura la construcción. Cuánto nos duele. Cuánto nos es inalcanzable.

Anónimo dijo...

¡Cuánta dulzura derramada y cuánto dolor a borbotones Silvana! Y cuántos benteveos esparcidos por el mundo! Y siempre hay alguna Luci y personas como tú que recogen a través de palabras mágicas escenas así que no deben pasar inadvertidas. ¿Sabes? Fue un gran descubrimiento encontrarte a través de este blog.Un abrazo. Infinito y azul.Erato

Anónimo dijo...

hola silvana. he vuelto una vez más para releerte y respirar, porque eso transmite este texto... a pesar de la tristeza de fondo, lejos de ese lío que se ha armado en la casa siberiana...
en fin
un pájaro, con o sin luz, es libre
y de eso se trata esto
de libertad
un abrazo muy fuerte

Lara dijo...

Después de la que se ha liado en las Playas, no tenía más remedio que venir a verte. Venías de la mano de Aroa y eso tenía que ser buena partida, seguro.

La foto de Cortázar no he podido ni mirarla porque me sonrojo, me da un vuelco siempre (alimenta la adolescencia y la verdad y el descubrimiento), sólo estoy acostumbrada a mirar la que tengo pinchada en la pared del escritorio.

De este pájaro que puedo decirte, lo de que había pasado una vida entera me ha dejado con los pies colgando, entre otras cosas.

Un abrazo, y gracias por esto que escribes!

Gabriel Mancilla dijo...

Bienvenida a mi mundo de poesía,con aroma a viento norte, con sabor a mar, desde el sur del sur, en medio del sol y de la lluvia que nunca se va del todo de estos lares.....

www.ideaspre-concebidas.blogspot.com

Rodolfo Serrano dijo...

Gracias. Triste y hermoso relato. A partir de ahora tendrás un visitante más. Besos

Anónimo dijo...

Coincido con la plenitud y la belleza...
Con lo sutil y el enjambre
con lo desértico si lo quieres, pero no...

Tu benteveo sabrá más de ti q de su vuelo...
Su canción danzó varias veces tus oidos...
y aunque ajena y lejana te resuene... habrás amanecido
cariño

silvana melo dijo...

anónimo/a:
tu mensaje es hermoso y me gustaría saber a quién y dónde decírselo.
gracias por andar por aquí. Un abrazo

Marina dijo...

Me encanta tu blogg. Y me encantó este relato. Todos somos pichones abandonados a nuestra suerte en este mundo, en esta naturaleza bella y despiadada.
Te saluda y felicita una especie de "melliza" platense.