lunes, 21 de diciembre de 2009
jueves, 17 de diciembre de 2009
Domina tu aldea y dominarás el mundo
/Guillermo Del Zotto y Rodrigo Fernández
Apenas el amanecer
Durante el año 2002, cuando el país se derrumbaba y caía estrepitosamente sobre los sueños, las utopías y las ilusiones de millones, sentí que me paraba a renacer sobre las losas de un cementerio. Alrededor sólo había respiraciones esforzadas, la garganta del país había enmudecido, las sangres estaban detenidas como ante un camino olvidado. Sentí que había que responder a la noche con llamas diminutas. Con el fuego que se pudiera encender. Apenas una luciérnaga en el ocaso universal.Rey de azares nació del derrumbe. Y habla del derrumbe. Acaso si el país no hubiera estallado en mil pedazos la angustia de la supervivencia no estaría grabada a fuego en un texto que ya no es mío. Que nunca lo fue. Que se construyó solo, pirandéllicamente. Con personajes que asomaban de mi piel buscando quien los escribiera. Traían su historia en los huesos y me la dejaban puesta, colgada en el alma. Para ver si era capaz de concederles nombre y olor.Ahora, además, son papel. Tienen cara, hados y cubiletes precisos. Ahora son. Están afuera. Viven por sí mismos. Y ya no puedo hacerme cargo de sus vidas extremas.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Casa tomada
Luna del perverso
De a gotas y de a lágrimas
Se va a caer
Sobre tu mundo
dormitorio de los crueles
Se va caer del cielo a tu cabeza
A tu techo a tu costado
Se derramará en tus piernas en tus comisuras
Te matará ardiente comedida
Te penetrará herida con herrumbre
Envenenará tu sangre la luna
Y revelará tu cara
A todas las víctimas del mundo
Se va a caer una noche repentina
Lloverá
diluvio de luz en la piedra ritual
Y estarás ahí
Con los ojos condenados
en las llamas de la historia
lunes, 9 de noviembre de 2009
Tanto, pero tanto bajo el puente
viernes, 17 de octubre de 2008
La vida
Cuando me roza la espalda
A veces se esfuma al filo
De los rituales del agua
A veces se me adormece
Con la cintura quebrada
Deshuma sus candeleros
Ciega las velas al alba
Y me esconde las agujas
Que van tejiendo mi trama
Se desintegran los cielos
Y se incendia la comarca
Rompe un cántaro la vida
Cuando me roza la espalda.
Octosílabos
Desde los veintipico no volví a escribir con octosílabos. La vanguardia poética posmoderna desprecia la rima asonante y la estructura romancera. Deja en el desván de las muñecas rotas a Lorca y cercena mi avidez por la música ligera de la verde métrica del andaluz. Pues que revienten. Estos son octosílabos modelo 2008. Federico no morirá jamás. A pesar de los falangistas y de Vicente Aleixandre.
sábado, 13 de septiembre de 2008
Regreso del derrumbe
Un año conviví con ellos. Eran miles. Un pueblo entero. Brotaban todo el tiempo de mí, creo, porque era necesario. Ellos se desintegraron de horror, sin códigos ni esperanza. Se derrumbaron, se desangelaron y se desalmaron. Yo los escribí porque era necesario. Porque había que escribirlos en ese momento de la historia. De la mía, de la nuestra. Me eligieron a mí para que lo hiciera. La novela de un pueblo derrumbado mientras se deshacía mi propio espacio vital. Mientras el país se venía abajo y estábamos todos bajo la tierra yerta del cementerio. Rey de Azares nació en 2002 y cuatro años después fue el origen de este blog. Fue la primera letra que se lanzó a la web desde el pájaro sin luz.
Nació del derrumbe y de una historia loca del siglo XVII: la de Artemisia Gentileschi, una hija artística de Caravaggio que me presentó como si nada Silvio Oliva Drys por aquellos tiempos.
Después el país volvió a abrir los ojos, como siempre. Como inmortal. Pero el pueblo cruzado por un hado inexorable, el de Rey y Artemisia, no. La novela quedó telarañada, del lado oscuro de las cosas. Hasta que Silvio Oliva Drys –en medio de su huracán gestionador de maravillas- dispuso un Espacio de Arte que en minutos no más será punto com, que representará artistas increíbles hacia el mundo y como si fuera poco editará Rey de Azares con posibles prólogos e ilustraciones impensados que jamás me animaría a poner en palabras aquí.
Puro azar esquivo y perentorio es la vida.
Rey sabe de esas cosas.
sábado, 23 de agosto de 2008
Y firmó
Derógase en forma total y absoluta el tiempo.
Y en este mismo instante que no transcurrirá jamás, lo que fue, lo que es y lo que será es hoy.
Y se anula definitivamente el pasado y su carga descomedida.
Y se anula definitivamente el futuro y su marca letal en el cuerpo de los mortales.
Y se anula definitivamente la muerte de todos los habitantes del imperio pero fundamentalmente la del emperador.
Y se dispone que la mujer que en este instante cruza el puente levadizo es será la mujer del emperador. Hoy. Ahora. Que es siempre.
Y firma el Emperador.
Que no deja de firmar porque el tiempo ya no es
y la mujer que cruza el puente levadizo sigue cruzándolo no deja de cruzar y no llega jamás llega.
Y el emperador está solo y no tiene el tiempo porque ya no hay
porque firma que se deroga y él firma y la mujer cruza y él firma y la mujer cruza y él firma y
miércoles, 13 de agosto de 2008
Noticias en la arena
en un diario de arena
un día de éstos
Palabras que se escriben y se esfuman
con la tiranía de los vientos
Yo tengo las piernas ahogadas
y la cabeza en la pira
Lo publicaría en las primeras planas
si no hubiera un oleaje
devorador como el olvido
Yo tengo el corazón en un hilo
por el que trepo a mi vértice
sin temor a que se corte
Habrá noticias de este mundo
en un diario de arena
un día de éstos
Pero siempre se desvanece siempre
el verbo final
martes, 15 de julio de 2008
Manzana
viernes, 4 de julio de 2008
TRANSOCEANICAS - Aroa y Erato
Sé que una respira en Madrid, en una vieja casa de aljabas que se inunda mientras duerme cuando sorprende el aguacero del verano. Sé que otra recorre largos caminos nevados y descose palabras que recoge de las orillas, como flores silvestres. Sé que una se agita en el vértigo del cierre y al día siguiente otros leen palabras que envejecen al ocaso. El diario que es abrigo para el que duerme en la calle. Sé que otra camina con niños y les suelta la mano sólo a la hora de la rayuela.
Sé que están, tan cerca y tan lejos.
Peninsulares.
A veces timonean y vuelven las proas hacia el sur de los sures. Y visitan la vida que estalla por estas tierras en llamas por jóvenes, por incoscientes, por confinadas a los márgenes del mundo. Cuando llegan a mi casa les sirvo café y masas picantes de genjibre. Algún día se animarán al mate Aroa y Erato. Y ese día estarán definitivamente compañeras en estas venas abiertas del fin del mundo.
domingo, 29 de junio de 2008
Final de vuelo
Buscó el pájaro por los arrabales de todas las vidas.
Lo encontró muerto. En la deriva del viejo mundo.
Le quitó una pluma.
Y con su sangre
escribió
el final.
miércoles, 25 de junio de 2008
hacia
Habrá un rastro
Un guijarro cómplice
El hilo de Ariadna
Un rayo alucinado
Hacia él voy
Con el rumbo perplejo
y la piel del revés
Errante
Y
Sola
Ante las ruinas del mundo
martes, 10 de junio de 2008
Memoria
Gorrión de fuego o pájaro sin luz, me quedé afuera.
Buscando a ciegas una piedra donde sentarme, una memoria donde guardar lo que no quiero recordar más.
Nunca fuimos amigos. No pudimos entendernos jamás. Me separaron de él miradas y mundos de otro planeta.
Me reconoció hasta el final, cuando ya había cambiado todos los nombres y olvidado todos los recuerdos. Me sonreía. Creo que me amaba profundamente.
Después me quedé afuera. Buscando la memoria ésa donde esconder todo aquello que hay que olvidar.
El 8 de mayo murió mi viejo.
viernes, 4 de abril de 2008
Niño que mira
Como un panóptico mira. El niño.
El niño mira con el estómago.
Está parado en una esquina del mundo y mira.
Hay una especie de guerra absurda. Alguien habla a multitudes y se la ve contrariada. Airada. Feroz. Decenas de miles de una punta a la otra punta sitian las ciudades como para el ataque final. Y el niño mira. La cabeza hacia un lado. Hacia el otro. Cortan las rutas y gritan consignas y se dicen bravos y cojonudos. Y que quieren que se caiga éste y ésta y que muera aquel. Y que al otro habría que.
El niño mira con los muslos. Mira con los dedos. Mira con la panza.
Mira con la panza.
Como un panóptico mira.
Y ve correr ríos de leche arrojada en los caminos. Y ve diezmiles y cienmiles de pollitos amarillos y pequeños ahogados en grandes fuentes con grandes manos que les empujan las cabezas dentro del agua. Y ve una camionada de imbéciles que tiran millones de naranjas en la ruta. Y ve cómo los duraznos llegan podridos y las peras hechas agua y los morrones con bichos y las lechugas negras y con gusano. Y ve que una camarilla de canallas tira la comida que podía comer él y sus hermanos y sus vecinos. Y él mira y ve mira y ve mira y ve.
El niño mira.
Y le viene una náusea. Tan grande tan grande. Que ya no tiene hambre.
Entonces cierra la ventana.
Y se aprieta a los tobillos de su madre.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Un año en vuelo
sábado, 22 de marzo de 2008
tres de diez mil
Llenarían treinta veces esta sala.
La tercera parte de una ciudad así.
El estadio y la plaza en llamas y la historia.
Pero también
Irrumpirían en las casas vedadas
En los campos ajenos en las rutas arrancadas
En las calles donde ahora suenan otros.
Asaltarían los sueños para volverlos a casa
Para sacarles el quiste
De los apropiadores
Y recuperarse nosotros
Recuperarnos ellos
Volver a nuestras casas aquellas casas suyas
A la calle que hierve que vibra
La calle que es nuestra
Tres y diez mil veces nuestra
Y llenarla de pasos
de tinta y de gritos ahogados
Y buscar las rayuelas y la sangre ya negra
Y las rodillas rotas y el azar preconcebido
Y el túnel infinito y oscuro por donde se fueron
Y encontrar en la noche el camino que falta
Y traerlos de a uno, de a cinco
de a diezmiles
Porque estamos muy pocos
Y somos
Cada día más solos
viernes, 7 de marzo de 2008
Toc toc tumb tumb
Toc toc tumb tumb el corazón habla por vos. Huye de la mano independiente con dedos de púa que lo atrapa siempre siempre porque el corazón está encerrado en la celda mínima del pecho agolpado en la frontera del esternón y las costillas y la garganta y de ahí no se sale, él lo sabe. Y la garra lo apresa y lo aprieta y él siente que explota, que revienta, que escupirá toda la sangre, toda, para hacerse pequeño y que ya no bombeará más para pasar inadvertido y hacerle creer a la garra que ya murió y que las púas se vayan en busca de otro corazón imprudente que taquee sin freno. Pero la garra no cree, nunca cree y aprieta, más y más. Y el corazón fuga temerario, se escurre hacia arriba e intenta salir por la garganta y no deja respirar y sube hasta la boca que se abre pero no hay lugar, no hay puertas, no hay salida y se vuelve y cae cansado ya sin ánimo toc toc tumb tumb toc tumb y es más o menos la muerte pero no del todo.
jueves, 24 de enero de 2008
Coraje
A ver quién se banca la luz
En este preciso filamento de frontera
Comienza el día
Con su insolencia exhibicionista
Con su muestrario de pájaros
Inevitables
Con su florerío desconcertado
Empieza el día
Señoras y señores
A ver quién se toma el coraje
Entre los dientes
Para salir a despuntar una alegría
Yo, hasta ahora, me quedo con mi sombra
Apabullada
Irreverente
Sólo que no sé qué voy a hacer cuando me ataquen
esas ganas desmadradas
de reírme hasta los huesos
al violento temblor del sol
miércoles, 9 de enero de 2008
Un país
Mi cabeza trepa y erosiona
Tus vías aceitadas
Soy el resto de un país
Tengo un camino abierto en la condena
Un río violento en las rodillas
El futuro alquilado
Puesto en los huesos del día
Roto
Como los restos de un país
Y a la hora de la tregua
Estarás en el tren de la frontera
Yéndote de mis ruinas mi país
Y acaso me lleves
Y me fundes en otra tierra prometida
sábado, 5 de enero de 2008
Benteveo
Lo descubrimos en el parque. Cinco horas antes de que se acabara el año. Redondo y desconcertado. Las alas insuficientes. El pecho escandalosamente amarillo y la cresta negra con cintita blanca asomando apenas. Era un benteveo. Casi una brizna.
Estaba solo en medio de un universo plagado de peligros. Piaba y su madre, desde lo alto de los pinares, le respondía con firmeza. Pero no bajaba a llevárselo. Decretamos una muerte segura. Acaso con el último suspiro del año. Esa agonía paralela nos supo a amargas señales.
Volvimos tres días después. Había pasado la vida entera, devastadora. Las bacanales del 31, los ardores estivales, la lluvia nocturna, el viento del sur. Y él estaba allí. Sobreviviente. Respondiendo al piar altivo de su madre. Algo crecido. Con las alas en pleno intento.
“Mañana le traigo carne picada”, dijo Lucy. Lucy siempre tiene una infancia a mano. La guarda en el bolsillo, dobladita y planchada, para cuando sea necesaria. Y la saca a golpes de ternura.
Al otro día Lucy llegó con carne picada y una vasija azul con agua. El benteveo había crecido más. Ya esbozaba vuelos bajitos y tenía la cabeza en alto, preparado físicamente para volar. Supimos, por esa intuición que uno pretende certeza, que su madre se las arreglaba para armar una compleja red de contención desde el pináculo. El piar comprometido, el grito ancestral del benteveo, el de la madre judía que lo controla y le avisa, todo el tiempo, ven te veo, más los bichitos desprevenidos y alguna lombriz joven lo habían mantenido de nuestro lado.
“Mañana le traigo semillas”, dijo Lucy.
El joven benteveo, ubicado estratégicamente en un acústico triángulo de acacias, escuchaba y respondía las indicaciones del clan.
“Va a vivir”, dijo Lucy, que de estas cosas sabe. Y antes de guardarse la infancia en el bolsillo blanco declaró con solemnidad: “Uno de estos días sólo vamos a encontrar un cartel escrito con soretitos que dirá ´Gracias´”.
Nos fuimos con una alegría irreverente. Esa sobrevida inescrutable era la prueba de que los negritos panzones de Mogadiscio, los chicos de Bagdad sin Scheerezade, los patasucias de Fiorito tenían una chance en la selva del mundo. Era como verlos intentar su vuelo bajito, esquivando metrallas y obuses.
Esa tardecita volví sola. No sé por qué quise contar un cuento y creérmelo y determinar con poder absoluto que ésa era la verdad.
Lo encontré desplumado y con el pico entreabierto. Desplumado y solo. Había sobrevivido cinco días en el parque sólo con la voz de su madre marcándole los ritmos de sus pulmones y su corazón. Pero el mundo le propinó su merecido. A quén se le ocurre creer en los milagros.
Ahora no sé cómo decirle a Lucy que mañana no lleve semillas al parque.
Será como decirle que tampoco los panzones de Mogadiscio, ni los de Bagdad sin Scheerezade ni los patasucias de Fiorito.
Y temo que su infancia se me ponga a llorar.
sábado, 22 de diciembre de 2007
Muerte azul
Se quedó solo con él. Brindaron con vino rojo en la cárcel dorada de las fieras. Supo jactarse de esa ferocidad. Y el orgullo fue una fiesta cuando se la celebraron. Mañana será la sentencia. Y el juego terminó hace ya tiempo. Demasiado. Desde el estómago le suben, en estos días, tantos nombres. Se desaguaría ante los jueces para no pagar solo una boleta tan cara. Lo haría si tuviera vida mañana, antes de la sentencia.
Abre la boca corderamente cuando el hombre destapa el tubo y retira una, dos, tres cápsulas azules como el destino. Traga una, dos, tres veces. El vino rojo ayuda a pintar la muerte. El reloj apenas respira y cuenta segundos. Cansados. Fue olvidando los nombres, uno tras otro, mientras se moría.
La cárcel de los verdugos languidece en azul.
domingo, 9 de diciembre de 2007
Gelman y el Premio Quijano
-“¿La búsqueda de la verdad siempre es tristeza?” “¿Adónde fue la rosa que cantaba en mi tarea?” “¿Quién canta ahora mismito en un recuerdo sitiado?”
-Al premio Cervantes se lo entregó el Rey. Al premio Quijano lo entrega Tupac Amaru. Gelman lo recibe de Amaru.
-“¿Dónde quedaba ese país que busqué a ciegas en una canción humana?”. “¿A dónde se fue el cóncavo bar, los vasos soñadores, las llamadas por teléfono al futuro ocupado?”
-Llega un día en que Cervantes manda a callar al Quijote. Llega un día en que el monarca manda a callar a Tupac Amaru. Nadie nunca hará callar a Juan Gelman. Y detrás de él hablarán todos, como descosidos. Todos a quienes los siglos cortaron la lengua. Y será un griterío universal contra los tímpanos de la historia.
El juego en que andamos
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.
lunes, 3 de diciembre de 2007
Quiero tanto a Julio
“Ahí está”, se me da por señalar con dedos de asombro aunque tenga en claro que sus piernas largas y desflecadas no caminaron estas calles jamás. Es que en el sopor de una siesta de diciembre soñé que Julio vivía y no sólo eso: que vivía acá, a mil metros de mi casa. En Olavarría. Lo veo, juro que lo veo de anteojos, barba tan larga como el pelo que caía al azar, una camisa amplia y de mangas cortas, escribiendo a mano en un pasillo de luz. Lo soñé con calle y con número y fui a buscar, con la última imagen de la siesta, la casa que vi en la calle que vi con el número que vi. No existe, claro; la verdad suele ser vana y brutal. Pero yo lo veo a Julio de las piernas largas y la cara de pibe a los setenta y pico, y los ojos grandotes, como un muñeco de trapo despiadadamente tierno. Lo veo acá, cerca de mi casa.
Lo escucho además. Esa voltereta casual que lo llevó a nacer en Bruselas y a balbucear en francés antes que en castellano le asestó una erre gutural que nunca se sacó de encima, que yo aprendí a amar tanto como a sus ojos multitudinarios, pero que él cargó sobre sus espaldas junto con su asma, su costumbre inveterada de quebrarse huesos y su ritual de la enfermedad con que salpicó cada una de sus historias.
Lo amé yo conmigo. Sin decirle a nadie. Y ahora me entero, después de veintitrés años y medio que se murió, que vive cerca de mi casa con calle y número preciso.
Lo amé porque entrelazó y mixturó las palabras -las mismas que están en la oferta castellana para cualquiera- como muy pocos. Pero también porque era un buen tipo, un tierno irredimible y un pibe que jamás atinó a crecer, salvo cuando se estiró hasta cerca de los dos metros y no supo muy bien qué hacer con su cuerpo.
Cuántas veces escribirá “Carta a una señorita en París”, ahí donde vive, tan cerca de mi casa. Cuántas veces le dirá a esa señorita que no puede evitar vomitar conejitos: “Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco”. Cómo no lo iba a escribir una y mil veces si esa historia le sirvió para poner en palabras lo aterrador de sentir que tenía pelusa en la garganta, un buen ataque de pánico si los hay. Y se ahoga en la realidad y vomita conejitos en la carta para la señorita de París.
Le apasionaron el alma y el cuerpo tres latigazos: el boxeo, el jazz y la revolución en Nicaragua. Lo ahogaron tanto el peronismo como el asma. Del primero huyó a París. De la segunda y de sus obsesiones, logró escapar a medias en la literatura.
Pero nunca pudo exorcizar la amarga Argentina que le quedaba plantada en la garganta, como la pelusa que fue conejitos a la hora del cuento.
Julio hermanó su asma con la del Che y le entronizó una historia para él y para siempre. Le puso un poema en la batea de la Higuera y le dijo “yo tuve un amigo”. Por eso también lo amo.
Creo que se quedó aquí, cerca de casa, cuando volvió a ver cómo era la patria sin los cazadores, allá por diciembre del 83. Y la estupidez lo dejó al margen, averiguando algún libro por Corrientes, propinándole la absurda verdad: en estas tierras nada cambia. Nada cambia, Julio.
Se murió dos meses y medio después y con toda la razón del mundo. Se murió en París, como correspondía. Con una barba enorme y unos ojos enormes de holgura infantil.
Yo, que lo amé tanto, le debo una languidez de trompeta hacia el sur. Y esa certeza de que vive y está, tan cerca de mi casa, tan cerca de la quinta donde venía a restablecerse la tía Clelia.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Linda y agreste
Sangre joven y nueva
Linda y agreste del Paraguay
Viene morena y simple
Con ojos anchos y frente intensa
A hacer la vida y el paraíso y la ciudad
Que la espera enorme brazos abiertos color de trigo
Un sol distante de pisos altos sueños ahí
tan a la mano
Se la imagina
Rúbrica altiva de las promesas del hombre limpio
Alpaca en el dedo anteojos de noche camisa blanca
Que la llevó
Ella no sabe por qué no creerle
En la ciudad allá muy lejos la paga es buena
Los niños juegan mientras los cuidan
y ella teje una historia de niños blancos y patios verdes
y un domingo de baile sin descansar
En la cintura siente el dolor de tanto viaje
Hay a lo lejos luces ligeras
que le delatan la ciudad
Y ella viene
sangre joven y nueva
linda y agreste del Paraguay
Piensa en los niños que la esperan
Seguramente en la estación
Y se sorprende ante ese hombre
Camisa blanca alpaca en el dedo anteojos de noche
Que se la lleva sin una palabra
Hacia la boca sangrienta de la tempestad
Nunca amanece en la ciudad
Siempre es oscuro en su piel
en las horas que vienen
en el rostro amarillo
del hombre salivoso que paga por ella.
Decenas de muchachas paraguayas y dominicanas llegan bajo engaño a los suburbios de Olavarría. Prostituidas, esclavizadas y explotadas se les arrasa la identidad.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Leviatán
El día en que se despierta el monstruo dormido es el atardecer del mundo. El monstruo vive en todos. O en casi todos. Se esconde entre el alma y el diafragma. Se cubre con los pliegues cardíacos. Se tapa la cara con el disco de angustia que suele amontonarse ahí, en el medio. Y suele despertarse cuando cualquier azar desentendido presiona la tecla acaso destinada al off eterno. Y desata el leviatán interior, el sismo transformador. Que vuelve a un hombre gris y manso un atroz lobo para los otros.
Los gaseadores del Reich, los anónimos torturadores concentracionarios de la Argentina, los degolladores étnicos ruandeses, los yankis martirizadores de Bagdad, los profesionales odiantes de judíos y negros en ejercicio del poder en una esquina sórdida o en el estado, los que laceran feroces antes de matar porque es su concupiscencia y su lujuria y su placer más rojo el dolor de aquel a quien odian por convicción o porque las circunstancias desataron el monstruo escondido entre el alma y el diafragma y se torna imparable y el más pacífico y generoso de los vecinos se vuelve engendro desbocado.
Los degolladores, los torturadores, los odiantes, aman a sus niños y entregan limosnas en las plazas públicas. Fundan clubes rotarios y sociedades de fomento. Degustan la eucaristía, confiesan y se confiesan. Y cuando oscurece en el mundo disfrutan y eyaculan con la aplicación prolija y lacerante del odio en un cuerpo desvalido.
Viven en la casa vecina. Respiran el aire que purificamos con el esfuerzo de nuestros pulmones. Compartimos la medianera. Y no sabemos quiénes son. Hasta que un día se abre el portón del abismo. Atardece en el mundo. Y aparecen los leviatanes desquiciados. Para que no olviden los desprevenidos que cualquier amanecer suavecito suele costar la vida.
jueves, 1 de noviembre de 2007
Noticias
Yo me dormí a la vera de las cosas
para no ver pasar ninguna
y no saber lo que se llora mientras vivo
Pueden salpicarme ríos de lágrimas
Rozarme llamas de desolación
Pero yo decidí morirme un rato
Desvivirme una parte
Desalmarme a pedazos
Desangelarme y desdolerme
Para que todo no me acuchille
Como el asesino en la ventana
Sólo una noticia
Sólo una habrá que me despierte
Que reines en la vida y en la muerte
Hasta que el mundo sea otro
lunes, 22 de octubre de 2007
Martha
Ella aparece a veces. Casi espasmódica. Cuando la conciencia de uno se durmió y necesita quien la sacuda hasta despertarla. Violentamente. A los gritos.
Martha reduce el mundo a un retablo. Y lo hace bien. Cuatro marionetas minimalistas pueden sintetizar la más ardua de las complejidades. Martha le pone vida y voz al demonio y le imagina hijitos que dan ternura. Martha es capaz de hacer que el mismísimo demonio genere ternura.
Martha es dura, rea y mal llevada. Escandaliza a las vírgenes, fuma porros contra el dolor que la agrieta como un sismo y es capaz de conseguir cualquier teléfono, inalcanzable para un mortal pedestre. Uno la nombra y se abren las puertas. A su nombre se paran y se quitan sombreros.
Martha detesta a la policía y a los estúpidos. Tiene un brazo hippie y uno trosco. Una pierna libertaria y una cronista. Una oreja que escucha la sangre derramada y otra para la poesía de viento.
Supe de Martha cuando vino a morirse la primera vez. Hace veinticinco años. Ella siempre viene a morirse a esta tierra de gris.
(Me atrevo a decir, contra cualquier pronóstico, que Martha es inmortal)
“Llegué a este pueblo, pregunté por sus poetas y fue como preguntar por uranio enriquecido en un supermercado”, dijo hace veinticinco años cuando vino a morirse por primera vez.
Lo que me entusiasma es que cada vez que desembarca con intención de morirse regala libros. Y cuando no se muere, como siempre pasa, después anda consultándolos en todas las casas. Masticando caramelos de dulce de leche. Y apagando puchos por la mitad.
Martha pasa por el camino de uno y lo cambia. Lo transita, lo mejora, lo escribe, lo titiritea.
Martha es un duende de voz cascada y de nariz redonda. Al que amamos rotundamente.
lunes, 8 de octubre de 2007
Espera
A la madrugada se paró en la esquina a esperar. Se calzó los anteojos a mitad de camino de la nariz. Se rascó el tobillo izquierdo con la punta del zapato derecho. Se acomodó el cuello como si fuera desmontable. Y puso su paciencia a rodar.
Diez años y veintidós días esperó. Hasta que la vio una tarde nubosa, de invierno tardío. Morena, cabellos húmedos, caderas anchas. Diez años y veintidós días viéndola crecer. A esa pequeña mujer vio morir entre sus dedos en un sueño fatal hace diez años, veintidós días y dos horas.
La miró desaparecer en un umbral estrecho. Sacudió las piernas, desentumeció el alma y comenzó el regreso a casa. Era dios: acababa de burlar el destino.