lunes, 3 de diciembre de 2007

Quiero tanto a Julio



“Ahí está”, se me da por señalar con dedos de asombro aunque tenga en claro que sus piernas largas y desflecadas no caminaron estas calles jamás. Es que en el sopor de una siesta de diciembre soñé que Julio vivía y no sólo eso: que vivía acá, a mil metros de mi casa. En Olavarría. Lo veo, juro que lo veo de anteojos, barba tan larga como el pelo que caía al azar, una camisa amplia y de mangas cortas, escribiendo a mano en un pasillo de luz. Lo soñé con calle y con número y fui a buscar, con la última imagen de la siesta, la casa que vi en la calle que vi con el número que vi. No existe, claro; la verdad suele ser vana y brutal. Pero yo lo veo a Julio de las piernas largas y la cara de pibe a los setenta y pico, y los ojos grandotes, como un muñeco de trapo despiadadamente tierno. Lo veo acá, cerca de mi casa.
Lo escucho además. Esa voltereta casual que lo llevó a nacer en Bruselas y a balbucear en francés antes que en castellano le asestó una erre gutural que nunca se sacó de encima, que yo aprendí a amar tanto como a sus ojos multitudinarios, pero que él cargó sobre sus espaldas junto con su asma, su costumbre inveterada de quebrarse huesos y su ritual de la enfermedad con que salpicó cada una de sus historias.
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Lo he amado tanto.
Lo amé yo conmigo. Sin decirle a nadie. Y ahora me entero, después de veintitrés años y medio que se murió, que vive cerca de mi casa con calle y número preciso.
Lo amé porque entrelazó y mixturó las palabras -las mismas que están en la oferta castellana para cualquiera- como muy pocos. Pero también porque era un buen tipo, un tierno irredimible y un pibe que jamás atinó a crecer, salvo cuando se estiró hasta cerca de los dos metros y no supo muy bien qué hacer con su cuerpo.
Cuántas veces escribirá “Carta a una señorita en París”, ahí donde vive, tan cerca de mi casa. Cuántas veces le dirá a esa señorita que no puede evitar vomitar conejitos: “Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco”. Cómo no lo iba a escribir una y mil veces si esa historia le sirvió para poner en palabras lo aterrador de sentir que tenía pelusa en la garganta, un buen ataque de pánico si los hay. Y se ahoga en la realidad y vomita conejitos en la carta para la señorita de París.
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Le apasionaron el alma y el cuerpo tres latigazos: el boxeo, el jazz y la revolución en Nicaragua. Lo ahogaron tanto el peronismo como el asma. Del primero huyó a París. De la segunda y de sus obsesiones, logró escapar a medias en la literatura.
Pero nunca pudo exorcizar la amarga Argentina que le quedaba plantada en la garganta, como la pelusa que fue conejitos a la hora del cuento.
Julio hermanó su asma con la del Che y le entronizó una historia para él y para siempre. Le puso un poema en la batea de la Higuera y le dijo “yo tuve un amigo”. Por eso también lo amo.
Creo que se quedó aquí, cerca de casa, cuando volvió a ver cómo era la patria sin los cazadores, allá por diciembre del 83. Y la estupidez lo dejó al margen, averiguando algún libro por Corrientes, propinándole la absurda verdad: en estas tierras nada cambia. Nada cambia, Julio.
Se murió dos meses y medio después y con toda la razón del mundo. Se murió en París, como correspondía. Con una barba enorme y unos ojos enormes de holgura infantil.
Yo, que lo amé tanto, le debo una languidez de trompeta hacia el sur. Y esa certeza de que vive y está, tan cerca de mi casa, tan cerca de la quinta donde venía a restablecerse la tía Clelia.

3 comentarios:

Jobove - Reus dijo...

Cortazar, me horroriza de lo bueno que fue, sus libros me apasionan, que mas puedo decir de el, un incomprendido, como todos los buenos intelectuales, que poco se valora esto hoy en dia

besos y muy buen post felicidades

AROAMD dijo...

qué bueno cortázar
y tú
hablando de él

he leído poco a cortázar y escucho que apasiona.. lo tomé pronto tal vez y lo abandoné durante años

sé que a más de uno le gustaría tener sus págins aun por abrir

un abrazo

Daniel dijo...

Buéh!, el 2008 arranca con alguna sorpresa igual a esas que canta el Nano, cuando asegura que la vida de vez en cuando nos besa en la boca. Y es que el primer día de enero me llegó un e-mail de Silvana con la dirección de este blog. Justo a mí… Justo a mi que en mi PC tengo un carpetita con el título: Silvana Melo, y ahí en completo desorden están sus artículos que robo de la edición on line de El Popular. Nada podía venirme mejor que enterarme que esta malabarista de las palabras tenía un blog. Desde hace tiempo; desde marzo, parece. Recién me entero ahora. Tarde. Pero como yo siempre llegué tarde a todo, no me preocupa demasiado. Me llena de alegría descubrir este rincón de magia. Y escribo sobre la nota de Julio Cortázar, porque fue a raíz de otro artículo sobre este entrañable cronopio, escrito por Silvana, que yo supe de ella. En el mundillo virtual, cambiamos algunos e-mails, allá lejos y hace tiempo… Yo siempre creí lo que Julio comentaba en el Cap. 1 de Rayuela: “un par de zapatos marrones que había usado en Olavarría en 1940.” O sea que para mí, Julio sí caminó por la calles de esa entrañable ciudad donde vive Silvana y donde yo nací. Aunque ella descrea de esa mínima historia que le había sucedido a Horacio Oliveira.
Pero escribo este mensaje deshilachado para comentar a no se quién, a quién tropiece con este texto, que estoy muy, muy, muy feliz de reencontrarla a Silvana de nuevo. ¡Y de qué manera! Porque aquí la redescubro, pero como poeta. Tuve el privilegio de haber sido –me parece- uno de los primeros lectores de Rey de Azares. Me encantó esa novela; y es decir poco. Ahora leo poemas suyos que son otro modo de encantamiento. Es que hay gente que parece jugar con las palabras, tenerlas domesticadas, mansas como gatas falderas, dóciles hasta la sumisión total, y pueden hacerles decir lo que les da la gana. Y ellas –las palabras- obedientes, siguen respetuosas la voluntad de Silvana.
Silvana dice de Cortázar que era un buen tipo, un tierno irredimible. Y yo digo de Silvana que tiene todas las características de ser una enormemente buena tipa, y una tierna que no puede con su angustia, y con su rabia, cuando ve que el mundo sigue siendo un lugar irremediablemente cruel.
Ha sido una felicísima manera de iniciar el año nuevo. Larga vida para este Pájaro sin Luz. Es una delicia entrar en este blog. Para Silvana, un abrazo de oso.